16 de junio de 2013
Puerto Rico está convocado a dejarse guiar por la cultura, tanto en el análisis de sí mismo como en la orientación práctica que busca brindar a su presente y a su futuro en todas sus facetas. El silencio sistemático sobre la cultura sería sólo la prueba de una ausencia de visión y proyección que no podemos permitirnos.
Son muchas las voces que van haciéndose escuchar que tienen a la cultura por tema central. Algunas voces se levantan para criticar la inercia y silencio del Gobierno en este renglón fundamental, sobre todo, a seis meses de haber iniciado su gestión. Tienen razón. Por lo menos, el País necesita tener la certeza, no mediante comentario aleatorio, sino mediante pronunciamiento oficial específico, de parte del gobernador Alejandro García Padilla, de que ese silencio no es por craso olvido o dejadez, sino por lo contrario: porque se está ofreciendo a este ámbito tan relevante un especial empeño de atención y renovación. Compartiendo la crítica, somos de los que abrigamos también esta esperanza.
El conjunto de voces que aboga por la cultura, hoy en día, se muestra, en muchas ocasiones, en exceso polarizado, principalmente por los vicios partidistas de uno u otro cuño. Es insostenible este camino, por demás estéril, más aún cuando la cultura debe caracterizarse por la riqueza de la pluralidad de pareceres que, unidos, forjan una identidad nacional sólida, intrínseca, democrática, abierta y solidaria.
El Gobierno debería cuidarse de entrar en la eterna polémica que sólo logra mantener el ámbito cultural en situación cada vez más precaria, fragmentada y sin proyección de futuro. Hay que acabar con el silencio trágico, pero también con la estridencia ideológica y la pose mesiánica, para inaugurar un tiempo de diálogo y participación cultural que incluya a representantes de la ciudadanía, a los artistas, a los teóricos y administradores del universo cultural; siempre con miras a desarrollar una auténtica política cultural en la cual nos sintamos genuinamente representados y, por tanto, comprometidos.
El camino para sacar a las instituciones culturales de la fosa en la que se encuentran, depende de la capacidad de forjar una metodología de diálogo participativo y de concertación, que dé cuenta del estado real de la cultura en el País, que recoja los elementos de consenso que existen para adelantar una agenda que tenga a la cultura como motor vital.
La mejor manera de rendirle honor a la tradición, no es fosilizándola, sino alimentándose de ella para potenciarla continuamente. Por tanto, este camino debería poder ofrecer los mecanismos estructurales adecuados para que las instancias culturales se redefinan y se imbriquen, y de tal modo respondan a las exigencias del siglo XXI.
Existen muchos esfuerzos individuales en esta dirección, pero son esfuerzos que nunca han logrado mirarse de frente para dialogar, pensar, soñar y actuar juntos, porque falta el compromiso programático del Gobierno, que es fundamental. Cualquier paso institucional en esta materia tiene que evitar y rechazar el dirigismo, pero desde ahora es necesario superar el caos que ya nos dirige. Porque a lo que hay que apostar es a una sana dirección en política cultural.
No llegaremos lejos, si, al mismo tiempo, instancias culturales, como el Instituto de Cultura de Puertorriqueña, WIPR, la Corporación de las Artes Musicales, la Corporación de Cine y otras, tanto en la dirección como en sus juntas, no están en manos de profesionales auténticos que fortalezcan dichas estructuras y aporten desde ellas a la concertación cultural. De ese dinamismo dependen todas las formas de vida social, económica y política de nuestro País.
Comencemos por un punto de partida de consenso: nuestra mayor riqueza es nuestra cultura. El porvenir de Puerto Rico depende de su fortalecimiento y proyección.
El conjunto de voces que aboga por la cultura, hoy en día, se muestra, en muchas ocasiones, en exceso polarizado, principalmente por los vicios partidistas de uno u otro cuño. Es insostenible este camino, por demás estéril, más aún cuando la cultura debe caracterizarse por la riqueza de la pluralidad de pareceres que, unidos, forjan una identidad nacional sólida, intrínseca, democrática, abierta y solidaria.
El Gobierno debería cuidarse de entrar en la eterna polémica que sólo logra mantener el ámbito cultural en situación cada vez más precaria, fragmentada y sin proyección de futuro. Hay que acabar con el silencio trágico, pero también con la estridencia ideológica y la pose mesiánica, para inaugurar un tiempo de diálogo y participación cultural que incluya a representantes de la ciudadanía, a los artistas, a los teóricos y administradores del universo cultural; siempre con miras a desarrollar una auténtica política cultural en la cual nos sintamos genuinamente representados y, por tanto, comprometidos.
El camino para sacar a las instituciones culturales de la fosa en la que se encuentran, depende de la capacidad de forjar una metodología de diálogo participativo y de concertación, que dé cuenta del estado real de la cultura en el País, que recoja los elementos de consenso que existen para adelantar una agenda que tenga a la cultura como motor vital.
La mejor manera de rendirle honor a la tradición, no es fosilizándola, sino alimentándose de ella para potenciarla continuamente. Por tanto, este camino debería poder ofrecer los mecanismos estructurales adecuados para que las instancias culturales se redefinan y se imbriquen, y de tal modo respondan a las exigencias del siglo XXI.
Existen muchos esfuerzos individuales en esta dirección, pero son esfuerzos que nunca han logrado mirarse de frente para dialogar, pensar, soñar y actuar juntos, porque falta el compromiso programático del Gobierno, que es fundamental. Cualquier paso institucional en esta materia tiene que evitar y rechazar el dirigismo, pero desde ahora es necesario superar el caos que ya nos dirige. Porque a lo que hay que apostar es a una sana dirección en política cultural.
No llegaremos lejos, si, al mismo tiempo, instancias culturales, como el Instituto de Cultura de Puertorriqueña, WIPR, la Corporación de las Artes Musicales, la Corporación de Cine y otras, tanto en la dirección como en sus juntas, no están en manos de profesionales auténticos que fortalezcan dichas estructuras y aporten desde ellas a la concertación cultural. De ese dinamismo dependen todas las formas de vida social, económica y política de nuestro País.
Comencemos por un punto de partida de consenso: nuestra mayor riqueza es nuestra cultura. El porvenir de Puerto Rico depende de su fortalecimiento y proyección.
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